La historiografía tradicional sobre el periodo de la conquista y colonización de Puerto Rico se destaca por su apoyo en las antiguas crónicas coloniales, cargadas de valoraciones eurocentristas y con una obvia agenda de explotación económica a los territorios ocupados. Durante el siglo XIX, varios investigadores puertorriqueños se dieron a la tarea de revisar las fuentes para reescribir la historia de la Isla. A pesar del “estímulo patriótico” latente en la obra de sus mayores exponentes,[1] la valoración de las interpretaciones de los hechos siguió una tendencia colonial. En este ensayo se presenta un análisis historiográfico de la obra Puerto Rico y su Historia de Salvador Brau, una de las figuras representativas de las letras en el siglo decimonónico.
Salvador Bartolomé Higinio Brau y Asencio nació en Cabo Rojo el 11 de enero de 1842, hijo de Bartolomé Brau, pintor y decorador natural de Cataluña, y de Luisa Antonia Asencio, venezolana. Su hermana paterna, María del C. Brau y Alzina, fue su madrina, madre de crianza y musa. En junio de 1854, a los 14 años, se graduó de la Real Academia de las Buenas Letras, fundada por el General Pezuela.[2] Brau fue un autodidacta; ya desde joven demostraba un serio compromiso con la educación. Aprendió francés con Betances y Ruiz Belvis. Fue fundador del Círculo Popular de Enseñanza. A los 16 años trabajaba la contabilidad de un comercio de su pueblo. A los 23 años se desempeñaba como Secretario de la Junta de Instrucción de Cabo Rojo. Propuso medios para mejorar las condiciones de los obreros a través de cooperativas de jornaleros y enseñanza pública para campesinos. De 1880 a 1890, sirvió como Cajero de la Tesorería de Puerto Rico. Ocupó el puesto de Cronista Oficial por la Diputación Provincial bajo el mando de España, y de Historiador Oficial bajo el mandato de Estados Unidos, hasta su muerte en 1912. Se le considera un patriota por su compromiso genuino con el bienestar del país. Como autonomista y crítico de la política española, deseaba liberar el régimen político de la Isla, pero conservarla unida a España.[3]
Salvador Brau se destacó como poeta lírico y dramático, periodista e historiador. Fue un escritor prolífico que dedicó muchas páginas a estudios sociológicos e históricos. Entre sus obras figuran: Las clases jornaleras de Puerto Rico (1882), La campesina (1885), Puerto Rico y su historia (1888), Historia de Puerto Rico (1904) y La colonización de Puerto Rico (1907). Esta última, según Isabel Gutiérrez del Arroyo, es un clásico cuya carencia en nuestra historia dejaría un “vacío difícil de salvar”.[4] Brau fue un fiel representante de la corriente liberal. Gutiérrez del Arroyo lo ubica –junto a Acosta y Coll y Toste– como uno de los exponentes de la escuela científica crítico-erudita, con preferencia en la investigación “del remoto pasado, la búsqueda paciente de documentos, su acopio y divulgación”.[5]
Eugenio Fernández Méndez asegura que la sociología puertorriqueña nació con Salvador Brau, quien se influenció por el positivismo pragmático del pensamiento francés. Añade, sin embargo, que a diferencia de los europeos –como Comte, Spencer y Durkheim– Brau no utiliza sistemáticamente:
“…en su análisis histórico las categorías universales, clases sociales, castas, culturas, sociedades que van creando los sociólogos. No obstante, no falta del todo en el conjunto de su obra el intento de fundir historia y ciencia de la sociedad en una concepción filosófica –genético-histórica– de la vida social.”[6]
Para comprender el pensamiento de Brau, se debe tomar en cuenta la bibliografía a la que había tenido acceso. Fernández Méndez resalta que Brau conocía a los clásicos españoles del Siglo de Oro, como Calderón de la Barca, Cervantes, Lope y Tirso de Molina. Asimismo, estaba familiarizado con los franceses en la tragedia, Corneille y Racine, y en la comedia, Moliere; además de las obras de románticos españoles y de hispanoamericanos. En cuanto a la historiografía se refiere, Brau estudió la obra de Anglería, Herrera, Oviedo, Las Casas, Hernando Colón, Juan de Castellanos, Juan de Laet y Jean Baptiste Labat. Salvador Brau también tuvo acceso a estudios americanistas de extranjeros, como William Prescott, Alejandro de Humboldt y Washington Irving. Conoció la obra de los historiógrafos eruditos españoles Martín Fernández de Navarrete y Juan Bautista Muñoz, y se mantuvo al tanto de las publicaciones sobre política, sociología y economía.[7]
En el Prólogo de su obra Puerto Rico y su Historia, Salvador Brau declara que el ser humano debe contribuir como factor para el desarrollo de la sociedad, por lo que el estudio de la Historia debe ofrecer:
“…algo más que un incentivo a la curiosidad, y que sus páginas no hayan de limitarse a consignar fechas o a reseñar nombres y hechos estrepitosos, formando un resumen cronológico de batallas y conquistas y dinastías, que constituyen, puede decirse, no más que manifestaciones externas en la vida social.”[8]
El autor define la sociedad como una “ampliación o dilatación de la familia” y procede a explicar por qué le interesa la historia de Puerto Rico. Bautiza nuestra historia como “provincial” y resalta que el estudio de la misma no es menos importante “para los que aquí hemos nacido, que la general de la nación, de que formamos parte siquiera pequeñísima”.[9] Vemos cómo Brau utiliza la palabra “provincial”, para definir a Puerto Rico como parte de España, no como colonia; y se refiere a los “que aquí hemos nacido”, sin utilizar el gentilicio “puertorriqueños”. En otras palabras, si la Isla es una provincia, entonces sus habitantes son españoles. La selección de términos que usa Brau en su exposición claramente va acompañada de su apoyo al ideal político autonómico.
La expresión de Brau en cuanto a que Puerto Rico forma “parte siquiera pequeñísima” de la nación española, definitivamente caló en el pensamiento de generaciones futuras. Ejemplo de ello es Antonio S. Pedreira, cuando plantea en Insularismo que la pequeñez de la isla promueve la sobrepoblación y que por culpa del tamaño de nuestra tierra tenemos que operar siempre en “diminutivo”.[10] Casillas Álvarez llamó a esta visión tradicional la “contemplación sentimental” con su costumbre de hacer “pequeña historia” y “geografía pequeña”.[11]
Salvador Brau procede a explicar la metodología de su investigación. Señala que, hasta donde le han permitido sus medios, ha solicitado libros y recopilado documentos referentes a Puerto Rico. Algunas fuentes pertenecen a la bibliografía antigua y otras son inéditas. Brau menciona la importancia de los trabajos del doctor Agustín Stahl y aprovecha para criticar una de sus investigaciones, Estudios etnológicos. Dice el autor que la obra de Stahl debe ser revisada a fin de no “perpetuar errores fáciles de corregir”. Vemos aquí lo que menciona Gutiérrez del Arroyo cuando plantea que: “El criticismo metodológico priva también en la obra de Brau. El esfuerzo revisionista determina casi de modo absoluto el contenido de su obra Puerto Rico y su Historia.”[12]
Brau hace referencia a la Historia de Fray Iñigo Abbad y Lasierra, en sus diversas ediciones desde su primera publicación en 1788.[13] De esta obra, Salvador Brau critica que su edición tiene muchos errores tipográficos y que su autor no utilizó fuentes suficientes por falta de acceso a las mismas. Brau hace mención también de la edición de José Julián Acosta de la Historia de Fray Iñigo, publicada en 1866, de la que dice que sus Notas son de incalculable valor y de por sí constituyen otro libro.[14] Sin embargo, Brau critica que la obra de Acosta perpetuó muchos errores ortográficos de Abbad y Lasierra.[15]
Salvador Brau reconoce que su investigación se benefició de la publicación, en 1854, de la Biblioteca Histórica de Puerto Rico de Alejandro Tapia y Rivera.[16] Junto a otros jóvenes intelectuales de su época, Tapia se dio a la tarea de recopilar una serie de documentos en los que se plasma la historia del país, ello con el fin de promover el interés y la realización de más investigaciones. Al igual que Brau, Alejandro Tapia y Rivera se lamentaba de la poca documentación histórica sobre la Isla y sus primeros habitantes en tiempos del descubrimiento y la conquista. Planteaba que la ausencia de escritura en los indígenas de la Isla y la escasez de hallazgos arqueológicos que dieran luz sobre su existencia hacía difícil la tarea de conocer su carácter y costumbres. Decía que los recuerdos de los primeros pobladores habían muerto con su lengua, al no ser estudiada por los conquistadores. Tapia resaltaba la importancia de las fuentes originales publicadas en su obra, pero advertía a los futuros investigadores que los escritos de los cronistas del siglo 16 reflejaban una imaginación fogosa y estaban en “estilo incorrecto” por la candidez y credulidad rústica propia de esos tiempos.[17]
Por la importancia y uso que Salvador Brau dio a la obra de Alejandro Tapia y Rivera, la describiremos brevemente. La Biblioteca Histórica de Puerto Rico se divide en dos partes; la primera consta de crónicas y memorias de testigos presenciales e historiadores. Contiene escritos de Gonzalo Fernández de Oviedo, Antonio de Herrera y Juan de Laet que hacen referencia a Puerto Rico. Cada transcripción viene acompañada de una reseña biográfica de su autor. En la segunda parte, se presentan documentos que hasta ese momento habían permanecido inéditos, pues en los archivos estaban clasificados como “varios”, lo que hacía difícil su localización y eventual adquisición.[18] Estos incluyen bulas, capitulaciones, órdenes reales, cédulas, cartas, instrucciones, memoriales, relaciones, nóminas, tablas de datos estadísticos sobre censos de población, agricultura y comercio, y diarios de los ataques de ingleses y corsarios. Los documentos están organizados cronológicamente y cubren desde finales del siglo 15 hasta el ataque inglés de 1797.
Retomemos el análisis de la obra Puerto Rico y su Historia, que consta de 11 capítulos y 6 apéndices. El primer capítulo Brau lo dedica a aclarar el nombre indígena de la Isla, así como los nombres de algunos pueblos. Nos dice que la forma correcta del nombre aborigen es Boriquén, y que todas las otras formas de expresarlo están incorrectas. Para sustentar su posición recurre a la citación de la “Memoria de Melgarejo”[19] y de la “Descripción de la isla y ciudad de Puerto Rico” de Diego de Torres Vargas.[20] Brau señala que es en la Historia de Fray Iñigo que presenta el error, pero dedica varias páginas a disculparlo. Brinda los orígenes de los nombres de Guayanilla, Mayagüez y del islote de Desecheo. Por último, dedica algunas páginas a explicar el origen y razón de uso de los nombres dados a la Isla: San Juan Bautista y, luego, Puerto Rico.
Brau dedica otro capítulo al análisis de los diversos nombres que recibió el mayor cacique de la Isla. Comenta que el único historiador que hace referencia a un cacique “Agueynaba” es Fray Iñigo, y que el resto de los historiadores mencionan las variantes “Agueibana”, “Agüeibana” o “Agüeybaná”. Brau realiza un recorrido por la historia de los primeros años de conquista, 1493-1511, en los que Ponce de León conoce al cacique mayor de la Isla, realiza el rito de la cojoba y funda Caparra. Habla de la muerte de ese cacique y de la sucesión de su hermano. Luego de analizar la fonética indígena y de comparar sus hallazgos con otros investigadores, Brau menciona una carta de 1511 del Rey Fernando dirigida al cacique “Guaybana” en la que lo describe como “honrado”. Dicho documento tiene gran peso en el análisis de Brau, que asegura ese debe ser el verdadero nombre del cacique, pues es el que el Rey utilizó. Asegura que la “A” colocada al inicio es una corrupción de los historiadores. Por la valoración de una carta real sobre decenas de otros documentos, pareciera ser que los cronistas son los únicos que se equivocan; el Rey de España, jamás.
Brau habla de la antropofagia de los habitantes del Caribe. Cita al investigador cubano Juan Ignacio de Armas, que dice que no había dos razas antillanas, sino solo una que no era antropófaga; y al fraile dominico francés Juan Bautista Labat, que asegura que los habitantes de las Antillas no eran caníbales. Ello contrasta con Tapia y Rivera cuando expone que los habitantes de Puerto Rico pertenecían a una raza diferente a los “Carib” del archipiélago, porque tenían carácter y costumbres distintas.[21] Brau acepta la teoría de una sola raza antillana, la de los caribes que habían llegado de Tierra Firme, sin embargo, cree en las prácticas de antropofagia de un sector de la población de las Antillas. Apoya su argumento en las crónicas de Indias y en los estudios que se habían llevado a cabo durante el siglo XIX en África. Debemos tomar en cuenta que detrás de tales documentos había una intención colonial y un interés de explotación económica, por lo que el menosprecio de los habitantes tanto de la América de la conquista, como del África recién repartida entre imperios, era parte de la estrategia.
Es interesante que Brau no tome en cuenta la opinión del más notorio representante de la corriente indigenista española, Fray Bartolomé de las Casas. En su obra Historia de Indias, Las Casas negó la práctica de sacrificios humanos y de canibalismo por parte de los indígenas de América. Decía que esas aseveraciones eran infamias de los españoles, y que la fuente de información de donde salían tenía poco conocimiento al respecto:
“Esto de sacrificar hombres y comerlos, como dice Gómara, yo creo que no es verdad, porque siempre oí que en aquel reino de Yucatán ni hobo sacrificios de hombres, ni se supo qué cosa era comer carne humana, [y decirlo Gómara, como ni lo vido ni lo oyó sino de boca de Cortés, su amo y que le daba de comer, tiene poca autoridad, como sea en su favor y en excusa de sus maldades], sino que esto es lenguaje de los españoles y de los que escriben sus horribles hazañas, infamar todas estas universas naciones para excusar las violencias, crueldades, robos y matanzas que les han hecho, y cada día hoy lo hacen…”.[22]
Brau ya había despachado todo argumento de Las Casas desde el comienzo de sus investigaciones cuando hace referencia a las “exageraciones indiófilas” del fraile.[23] Otro documento al que Brau tuvo acceso, pero solo utiliza del mismo lo que conviene a su análisis, es la Memoria de Melgarejo de 1582. En esta, Ponce de León y el Bachiller Santa Clara hacen referencia a la población nativa de la isla, dicen cómo ha ido mermando en número a causa de enfermedades, de huir con los caribes y de haber sido sacados de sus pueblos y llevados a las minas. También se habla del carácter de los nativos, “eran gente mansa; no comían carne humana”; y de su religión, “adoraban al demonio, con el que hablaban”.[24] Brau asegura que:
“La raza caribe, esparcida por el vasto territorio que se extiende del Ecuador hasta las Antillas, distinguíase por su espíritu belicoso y emprendedor. Eran estas cualidades generales, que en Boriquén y Sibuqueira [Guadalupe] se transformaron en opuesto sentido, distinguiéndose los naturales de la primera por sus condiciones hospitalarias y generosas, por sus instintos sedentarios, su docilidad, el apego al terruño y las aficiones agrícolas, y acentuándose en los pobladores de la segunda los arranques guerreros –que les llevaban a mantener en sobresalto a las islas comarcanas, víctimas de sus piráticas depredaciones– y los apetitos sanguinarios que les impulsaran a devorar a sus propios enemigos…”[25]
Salvador Brau expresa que, contrario a los caribes de Guadalupe, el habitante de Boriquén fue apaciguándose porque la naturaleza de la Isla nos hace dóciles y conspira a “la mansedumbre y al sosiego”. Este argumento es retomado por Antonio S. Pedreira en Insularismo, cuando plantea que la geografía de la Isla determina el comportamiento de sus habitantes, la humedad y el calor tropical “derriten” la voluntad del puertorriqueño y los huracanes y terremotos promueven el pesimismo.[26] Luego, René Marqués hizo lo propio en El puertorriqueño dócil.[27]
Cuando Brau describe a las “indias boriqueñas” como de “excelentes condiciones”, “castas y hacendosas”, resaltando que son “laboriosas y útiles”, pareciera hacerse eco de la descripción de Diego de Torres Vargas que, en 1647, exaltaba la hermosura, honestidad, laboriosidad y virtuosismo de las mujeres de Puerto Rico.[28] En cambio, cuando Brau habla de los “hombres boriqueños”, los describe como vagos y borrachones. Dice que se pasaban descansando en las hamacas, jugando en el batey, cantando areytos, peleando con enemigos o congregándose en asambleas de las que salían ebrios. No sorprende que Torres Vargas tuviera una percepción parecida cuando insistía que la agricultura de la Isla se había afectado por culpa de “la flojedad de los naturales”.[29]
Salvador Brau dedica un capítulo de su obra a analizar la evidencia histórica existente sobre el lugar de desembarco de Cristóbal Colón en la Isla. Definitivamente, esta parece ser una de las grandes preocupaciones de los intelectuales de la época. De hecho, Brau tuvo el honor de pronunciar el discurso de inauguración de un monumento colocado en Aguada con motivo del Cuarto Centenario del Descubrimiento de Puerto Rico.[30] El autor analiza relatos de cronistas, historias, descripciones y memorias, para concluir que el desembarco se dio en Aguada, tras la navegación del Almirante desde las Antillas Menores pasando por el lado sur de la Isla. Se presenta un mapa del Caribe en el que se traza la ruta del segundo viaje de Cristóbal Colón.[31]
Salvador Brau también se ocupa de señalar que las tierras del cacique Guaybana no estaban ubicadas en Aguada, sino al sur de Puerto Rico. Para ello, analiza nuevamente crónicas, descripciones y memorias. Explica y corrige el nombre de muchos lugares y de caciques, asegurando que las llamadas cacicas eran solo las mujeres de los caciques. Asegura que muchas palabras que se creen indígenas, en realidad tienen su origen en el castellano o en lenguas africanas. Incluso el término “cacique”, según evidencia Brau, es de origen árabe.
Brau dedica un capítulo al análisis de las causas que motivaron las rebeliones de los indígenas. Cita de Bartolomé de las Casas las razones que promovieron la insurrección indígena en la Isla. Las Casas defiende abiertamente el derecho de los indígenas de San Juan a sublevarse contra los colonizadores, pues “estando pacíficos y en su libertad” recibieron a los españoles y los trataron como sus hermanos, para luego verse esclavizados y forzados a morir trabajando. Brau se enfrenta al argumento de las Casas como si fuera el único que este hiciera sobre el tema, mas el fraile también había descrito los abusos de los conquistadores hacia los indios de otras tierras americanas:
“…no sólo los mataban sin algún escrúpulo ni pensar que en ello pecaban, pero usando perversamente de la paciencia, simplicidad, natural bondad, obediencia, mansedumbre y servicios destas gentes, tan continuos e incesables, en lugar de admirarse, apiadarse y confundirse y templar sus crueldades, menospreciáronlas y apocáronlas en tanto grado, que de bestias irracionales, en cuanto en sí fue, por todo el mundo las infamaron, y así fueron causa que se pusiese duda por los que no los habían visto, si eran hombres o animales.”[32]
Las Casas relató los sucesos de la conquista de las Indias donde destacaba las guerras entre indios y españoles en San Juan, Jamaica y Tierra Firme, así como la solicitud al Rey de repartimiento perpetuo de los indios.[33] Las Casas hablaba de la esclavitud de los indios y las crueldades cometidas en su contra por los españoles. Decía que esas obras “extrañas de toda naturaleza humana” se perpetraban en muchos lugares de las Indias:
“Holgábanse por extraña manera en hacer crueldades, unos más crueles que otros en derramar con nuevas y diversas maneras sangre humana. Hacían una horca luenga y baja, que las puntas de los pies llegasen al suelo, por que no se ahogasen, y ahorcaban 13 juntos, en honor y reverencia de Cristo, Nuestro Redentor, y de sus doce Apóstoles; y así, ahorcados y vivos, probaban en ellos sus brazos y sus espadas. Abríanlos de un revés por los pechos, descubríanles las entrañas; otros hacían de otras maneras estas hazañas. Después de así desgarrados, aún vivos, poníanles fuego y quemábanlos.”[34]
Las Casas resumió los males que azotaron a los indios a causa de los españoles. Estos fueron las matanzas de las guerras, la cruel servidumbre y cautiverio de la vida, la falta de salud de cuerpo y alma, la muerte en manos de quienes debieron darles mejor vida y la ausencia de evangelización, pues a muchos se les dio el bautismo, pero sin conocimiento de su significado.[35]
La actitud de Brau ante las crónicas del fraile espanta a cualquier persona que tenga algún grado de noción de lo que es la justicia. Salvador Brau prácticamente justifica la actuación de los colonos; dice que Colón impuso a los indígenas un tributo, con el mismo derecho que los gobiernos lo imponen a sus gobernados. Asimismo, asegura que los indígenas estaban obligados a trabajar, pero recibían un salario por ello. El problema radicaba –según Brau– en que los indígenas no apreciaban el valor del oro y tampoco les interesaba la paga que les ofrecían. El autor compara el trabajo forzoso de los indígenas con el de los jornaleros, pues se dio de la misma forma que en la primera mitad del siglo XIX, “en este Puerto Rico civilizado”, los vecinos carentes de propiedad tenían que trabajar por un salario. Añade Brau:
“No es que yo justifique la dureza del tratamiento concedido a los indios conquistados. Es que entiendo que esa justificación la entraña en sí la conquista. Y si condenamos la conquista, ¿cómo aplaudir el progreso civilizador de la América?”[36]
No hay que leer todo el libro para comprender que Brau consideraba a los españoles como seres superiores, pues los indígenas pertenecían a una “cultura inferior” y “el hábito del trabajo no les era peculiar”. El autor presenta una lista de las encomiendas de indios, advirtiendo que las mismas se llevaron a cabo, no por capricho de Juan Ponce de León, sino “en cumplimiento de Cédulas reales”. Otra vez vemos cómo un documento del Rey, a los ojos de Brau, moraliza la acción.
Brau narra diferentes episodios de insurrecciones indígenas para culminar con la muerte de Guaybana, tras la que emite una sentencia:
“Por muchas simpatías que despierte el impulso de un pueblo que se levanta a defender su natural independencia y por más que las tradiciones antiguas adjudiquen a los boriqueños la calificación de muy valientes, en los breves azares de la conquista de Puerto Rico no encuentra la crítica ninguna hazaña colectiva, ninguna heroicidad individual que reclamen para los vencidos la inmortalidad histórica.
En cambio ha de reconocerse el valor temerario de aquellos ciento veinte españoles que, sin esperanza de auxilio exterior oportuno y fiándolo todo al esfuerzo de su brazo y a la pericia de su capitán, se arrojaron a luchar contra millares de salvajes, bien experimentados en la defensa de su territorio contra las invasiones rapaces de los isleños levantinos.”[37]
Sobre estas palabras, señala Jalil Sued Badillo que, al igual que otros historiadores puertorriqueños del siglo XIX, como Stahl, Nazario, Coll y Toste y Lloréns Torres, Salvador Brau se dedicó a recopilar y revisar fuentes de información del tema indígena, sin embargo, produjo una obra indigenista de “mistificación histórica”, donde se glorificó la gesta colonizadora. Dice Sued Badillo que Brau tuvo la encomienda de “corregir” la temática de la historiografía del siglo XIX para adaptarla a la visión anticriolla dominante. Plantea que el lenguaje que Brau usa para referirse a nuestros indios es “prejuiciado y violento”, mientras que cuando se refiere a los colonizadores, utiliza expresiones positivas y honrosas. O sea, el indígena representaba, junto al negro, los vicios y debilidades del carácter del criollo, mientras que las virtudes estaban encarnadas en el español.[38]
En su obra Agüeybaná el Bravo: La recuperación de un símbolo, Sued Badillo, arremete nuevamente contra Brau, acusándolo de prestarse para “defender el colonialismo decrépito de España en Puerto Rico desde su trinchera intelectual”.[39] Esa visión colonialista de la historiografía indiana continuó bajo el régimen estadounidense, cuando Salvador Brau ejerció como Historiador Oficial de Puerto Rico, por lo que su obra influyó en gran medida a los historiadores posteriores.
Brau narra la historia de las ciudades que se fueron fundando en la Isla, como San Juan, Aguada y San Germán. Señala las contradicciones de Pedro Tomás de Córdoba en cuanto a la ubicación de Aguada, y de Herrera, Abbad, Laet y Acosta sobre la fundación de San Germán. Habla de las fundaciones de Guánica y Sotomayor; del abandono de la primera y de la destrucción de la segunda. Además, presta especial interés en las ciudades de Caparra y San Juan y en la expedición y muerte de Juan Ponce de León.
Brau también dedica sendas páginas a explicar los pormenores de la división de la Isla en dos partidos, el de San Juan y el de San Germán. Narra el ataque por corsarios franceses a San Germán en 1528 y su reconstrucción. Explica cómo el descubrimiento del Perú, en 1533, afectó la colonización de Puerto Rico pues, ante la salida de los colonos hacia el sur en búsqueda de mayores riquezas, la Isla quedó casi despoblada. Brau hace un recuento de los gobernadores de la Isla desde 1510 hasta 1594. También relata los ataques caribes, el asalto a “Loisa” y la derrota de los indios en Vieques. Dice que esta isla, al igual que la de Santa Cruz, era:
“…cuartel general de unos indios que contaban en Puerto Rico con inteligencias y ayudas fraternales, y que enseñadas contra los dominadores europeos, no daban vagar a sus faenas, sorprendiéndolos en sus granjas y atacándolos con bravía tenacidad.”[40]
Vemos cómo Brau describe a los viequenses y ayayanos, o sea, a los indios que no son de Puerto Rico, como poseedores de “bravía tenacidad”, mientras que los “boriqueños”, según señalaba anteriormente, eran dóciles y mansos. Lo inconcebible es que, por un lado, Brau diga que los indios eran “salvajes” pero, por otro lado, admita que eran capaces de establecer redes de “inteligencia” y relaciones de “ayudas fraternales”. El salvajismo y la solidaridad humana no concuerdan.
Salvador Brau analiza diferentes fuentes que plantean la cantidad de indígenas que habitaba la Isla al comienzo de la conquista. Concluye que: “…admitiendo sin discusión esas hipótesis, solo habría de encontrarse un total de 16.000 habitantes.”[41] Francisco Moscoso en su análisis sobre la cantidad de indios que habitaban la Isla al comienzo de la colonización reconoce la labor crítica de Salvador Brau. Menciona que Brau no aceptó la cifra de 600,000 indios especulada por Fray Iñigo Abbad y Lasierra; en cambio, tomó como referencia la cifra de 5,500 indios que se menciona en la Memoria de Melgarejo[42] y procuró relacionarla con las cédulas de encomiendas que habían sido editadas por el historiador Juan Bautista Muñoz, fundador del Archivo General de Indias. Aunque la suposición de Salvador Brau en cuanto a la cantidad de indios podría ser aceptable, Moscoso entiende que Brau no siguió en su análisis una metodología consistente. El problema, según Moscoso, es que:
“Entre la formación de datos corroborados y la especulación caprichosa no es posible sostener una metodología de investigación histórica coherente y con visos científicos.”
(…)
“Basta con señalar que cacicazgos como los de Otuao, al oeste, y de Daguao y Humacao, al este y sureste de Puerto Rico, así como algunos del interior montañoso, entre otros, en 1512 aún no habían sido conquistados para que procedamos con la cautela advertida.”[43]
En el último capítulo del libro, Brau habla de la esclavitud africana como consecuencia de la extinción de los indios. Señala que más bien los indios se mezclaron con blancos y negros, su desaparición no fue por crueldad, pues para evitar los excesos existían órdenes reales contra el maltrato (sí, claro, y todos las cumplieron). El autor utiliza un argumento racista para tratar de convencer al lector del beneficio que alcanzan los “salvajes” –entiéndase, indios y negros– con su unión al blanco. Dice que la raza blanca no ha podido:
“…sofocar numéricamente a la etiópica, por más que la dominara con la superioridad de su cultivada inteligencia.”
(…)
“La potencia civilizadora impondrá el dominio sobre el salvaje, en tanto el salvaje no se sature de aquella cultura que le arrolla, y se ampare en ella misma para recobrar su independencia o para avenirse a vivir en paz con sus dominadores. En este caso no hay salvajes, ni en la absorción de una raza por otra influirá la civilización, pues que ambas alcanzan igual desarrollo culto.” [44]
Para culminar este análisis, reseñamos brevemente dos libros de Salvador Brau que fueron publicados con posterioridad a Puerto Rico y su Historia y vieron la luz bajo el régimen estadounidense, lo que modificó en parte su discurso. La revisión de ambas obras ayuda a seguir la línea de pensamiento del autor y su interés de enmendar, vagamente, algunos de los errores en su primera historia. La obra Historia de Puerto Rico, publicada originalmente en 1904, presenta un recuento de los acontecimientos ocurridos en la Isla desde su descubrimiento hasta el 1900. En la introducción, Brau describe a los primeros habitantes de la Isla: su físico, ordenamiento social y político, costumbres y tradiciones. Es interesante la breve referencia arqueológica que realiza el autor para apoyar su teoría sobre la raza común de los habitantes de las Antillas mayores y menores.[45]
La Historia de Puerto Rico presenta, de forma mucho más breve, datos del descubrimiento y colonización de Puerto Rico, apoyados por referencias de fuentes primarias, como el Archivo de Indias. El autor explica la organización administrativa y eclesiástica, así como del desarrollo económico de la Isla, los ingenios azucareros y la introducción de la esclavitud africana. Narra el origen de diversas poblaciones, los ataques de ingleses, holandeses y corsarios, los problemas de contrabando y la conquista de Vieques. Reseña brevemente la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, citando algunas de sus disposiciones, y brinda singular espacio para mencionar la política de apoyo de Carlos III a la nueva nación. A su vez, detalla la defensa que los criollos ofrecieron a los barcos de matrícula estadounidense que arribaron a Mayagüez huyendo de la fragata inglesa Glasgow. Luego, habla de la Revolución Francesa y sus consecuencias en España y América. Hace referencia al proceso reformista, al Grito de Lares y a la lucha abolicionista. Culmina la historia con la ocupación estadounidense y el establecimiento del gobierno civil en 1900.
Más de 20 años después de la publicación de Puerto Rico y su historia, Brau –ya con más experiencia, gracias a su cargo de Cronista Provincial y a su estadía en España, donde tuvo oportunidad de examinar fuentes primarias en el Archivo de Sevilla– publicó La colonización de Puerto Rico (1907). El libro cubre el primer medio siglo de la historia de Puerto Rico y se divide en 17 capítulos en los que se narra el descubrimiento, conquista y colonización de la Isla. Con ello, el autor intenta motivar a otros a que continúen su obra por lo menos hasta el siglo XIX. En la introducción de este libro, el autor confiesa ser consciente de los errores que aparecieron en Puerto Rico y su historia. Acepta que sus primeras investigaciones aplicadas contaron con “mejor voluntad que competencia”, por lo que debieron juzgarse como “ensayos imperfectos”. Señala que las fallas en los datos se debieron, no solo a sus propios errores, sino también a la falta de documentación existente en Puerto Rico.[46]
Aunque la obra de Brau está documentada, se le critica que en ocasiones no cita de forma sistemática sus fuentes, o que sus citas a veces carecen de precisión. No obstante sus señalados errores, Francisco Moscoso resalta que la obra de Brau fue utilizada como referencia por R.A. Van Middleldyk en su libro The History of Puerto Rico (1903) y por Paul G. Miller en su Historia de Puerto Rico (1922).[47] Asimismo, Ricardo Alegría, en la introducción de su libro dirigido a estudiantes Descubrimiento, conquista y colonización de Puerto Rico: 1493-1599, destaca como una de sus principales fuentes la obra de Salvador Brau.[48] Claro está, el que la obra de Brau sea citada más de un siglo después de su publicación no quiere decir necesariamente que quienes hacen referencia a la misma estén de acuerdo con su propuesta.[49] Por más críticas que reciba, la obra de Salvador Brau es fuente obligada en gran cantidad de estudios. Su valor trasciende el tiempo y es pieza clave para la comprensión de la historiografía de su época.
Bibliografía
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Notas
[1] Isabel Gutiérrez del Arroyo, Historiografía puertorriqueña: Desde la Memoria de Melgarejo (1582) hasta el Boletín Histórico (1914-27) (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1957), 19.
[2] Arturo Córdova Ladrón, Salvador Brau: Su vida y su época (San Juan: Ed. Coquí, 1968), 19-24.
[3] Adolfo de Hostos, Diccionario Histórico Bibliográfico Comentado de Puerto Rico (Barcelona: Academia Puertorriqueña de la Historia, 1976), 185-187.
[4] Isabel Gutiérrez del Arroyo, “Nota a la tercera edición”, en Salvador Brau, La colonización de Puerto Rico (San Juan: ICP, 1981), 19.
[5] Gutiérrez del Arroyo, Historiografía puertorriqueña…, 19-20.
[6] Eugenio Fernández Méndez, “Introducción”, en Salvador Brau, Puerto Rico y su historia (San Juan: Editorial IV Centenario, 1972), 11.
[7] Ibíd., 10.
[8] Salvador Brau, Puerto Rico y su historia (San Juan: Editorial IV Centenario, 1972), 23.
[9] Ibíd., 24.
[10] Antonio S. Pedreira, Insularismo (San Juan: Ediciones Norte, 2003), 19-48.
[11] Juan Casillas Álvarez, “El pensamiento historiográfico de Puerto Rico”, en la revista En Rojo: Claridad. 27 noviembre-3 diciembre, 1981, 8-9. El concepto “contemplación sentimental” es acuñado por Casillas de Josefina Z. Vázquez. Historia de la historiografía (México: Ed. Ateneo, 1978), 103-104.
[12] Gutiérrez del Arroyo, Historiografía puertorriqueña…, 21.
[13] Fray Iñigo Abbad y Lasierra, Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico (San Juan, Editorial Universitaria, 1970). Ver también la edición de Pedro Tomás de Córdova en el Tomo I de sus Memorias geográficas, históricas, económicas y estadísticas de la Isla de Puerto Rico (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1968).
[14] José Julián Acosta y Calbo, “Notas”, en Fray Iñigo Abbad y Lasierra, Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico (Madrid: Editorial Doce Calles, [2002]).
[15] Brau. Puerto Rico y su historia, 26-27.
[16] Alejandro Tapia y Rivera, Biblioteca Histórica de Puerto Rico: que contiene varios documentos de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, 2da ed. (San Juan: Instituto de Literatura Puertorriqueña, 1945).
[17] Ibíd., 16.
[18] Gran parte de estos documentos fueron recopilados por Juan Bautista Muñoz, quien publicara, en 1793, el primer tomo de su Historia del Nuevo Mundo.
[19] Juan Melgarejo, “Memoria y descripción de la Isla de Puerto Rico recomendada a hacer por S.M. el Rey D. Felipe II en el año 1582”, en Eugenio Fernández Méndez, Crónicas de Puerto Rico (San Juan, Editorial Universitaria, 1981), 107-134.
[20] Diego de Torres Vargas, “Descripción de la isla y ciudad de Puerto Rico” en Fernández Méndez, Óp. Cit., 171-217.
[21] Tapia y Rivera, Biblioteca Histórica de Puerto Rico…, 16.
[22] Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, Guillermo Piña Contreras, ed. (Florida, EU: Ediciones del Continente, 1985), Vol. III, Cap. 117, 231.
[23] Brau, Puerto Rico y su historia, 38-39.
[24] Melgarejo, “Memoria y descripción…”, 107-134.
[25] Brau, Puerto Rico y su historia, 81.
[26] Pedreira, Insularismo, 19-48.
[27] René Marqués, El puertorriqueño dócil: Literatura y realidad sicológica (Barcelona: Antillana, 1967).
[28] Torres Vargas, “Descripción de la isla…”, 209.
[29] Ibíd., 178.
[30] Brau, Puerto Rico y su historia. Ver transcripción del discurso en el Anejo C, 331-335.
[31] Ibíd., 113.
[32] Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, André Saint-Lu, ed., (Caracas: Ayacucho, 1986), Vol. II, Cap. 1; 6-7.
[33] Ibíd., Caps. 52-68; 188-250.
[34] Ibíd., Cap. 17; 71.
[35] Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, Guillermo Piña Contreras, ed. (Florida, EU: Ediciones del Continente, 1985), Vol. III, Cap. 164; 400-401.
[36] Brau, Puerto Rico y su historia, 81.
[37] Ibíd., 172-173.
[38] Jalil Sued Badillo, Los caribes: Realidad o fábula (ensayo de rectificación histórica) (San Juan: Editorial Cultural, 2002), 5-7.
[39] Jalil Sued Badillo, Agüeybaná el Bravo: La recuperación de un símbolo (San Juan: Ediciones Puerto, 2008), 114.
[40] Brau, Puerto Rico y su historia, 211.
[41] Ibíd., 272.
[42] Melgarejo, “Memoria y descripción de la Isla de Puerto Rico…”, 107-134.
[43] Francisco Moscoso, Caciques, aldeas y población taína de Boriquén (Puerto Rico) 1492-1582 (San Juan: Academia Puertorriqueña de la Historia, 2008), 69-70.
[44] Brau, Puerto Rico y su historia, 309.
[45] Salvador Brau, Historia de Puerto Rico (Río Piedras: Edil, 1974), 6-8.
[46] Salvador Brau, La colonización de Puerto Rico (San Juan: ICP, 1981), 11.
[47] Moscoso, Caciques, aldeas…, 69 y 74-75.
[48] Ricardo Alegría, Descubrimiento, conquista y colonización de Puerto Rico: 1493-1599 (San Juan: Colección de Estudios Puertorriqueños, 1975), p. X.
[49] Ejemplo de ello son los estudios de Sued Badillo, en especial Los caribes: Realidad o fábula.