Economía y sociedad puertorriqueña a fines del siglo XIX

El desarrollo de la sociedad puertorriqueña del siglo XIX estuvo íntimamente ligado a los cambios ocurridos en la economía del país. La ampliación del cultivo del café y de la caña de azúcar produjo una reconfiguración de la estructura de clases.

Industria del café

La expansión de la producción de café se dio luego de la segunda mitad del siglo XIX. Una de las razones para su cultivo, además de la demanda exterior, era la accesibilidad de su desarrollo por pequeños y medianos agricultores. Ello se debe a que el café necesita protegerse de la luz directa del sol, por lo que se siembra a la sombra de otras cosechas, como los guineos, plátanos y árboles frutales. De esta forma, el pequeño y mediano caficultor podía entremezclar su cosecha con el cultivo de productos de subsistencia.

Después de 1876, el mercado de café puertorriqueño aumentó considerablemente en Europa. Las familias de campesinos se dedicaron a su cultivo pues, aunque no dependieran totalmente de la venta de sus cosechas, para la mayoría era una actividad secundaria de gran provecho. El café les proporcionaba el efectivo suficiente para la compra de artículos, el pago de préstamos y contribuciones. Por eso la clase campesina, compuesta por pequeños y medianos productores, aumentó significativamente. Tanto es así que entre 1887 y 1889 las zonas de producción de café en Puerto Rico, localizadas en las montañas, tuvieron un incremento poblacional mucho mayor que en las zonas costeras.[1]

Para el 1889, el auge del café, seguía adelante. La cosecha del país había alcanzado una cifra de 67,161,383 libras, lo que representaba un aumento de más de 50,000,000 libras sobre la cosecha del año anterior.[2] Ahora bien, dicha producción no estaba solo en manos de los campesinos; hay que tomar en cuenta la aportación de las grandes haciendas. Estas, en su mayoría, eran fundadas por inmigrantes, tanto peninsulares como provenientes de las antiguas colonias españolas. Los hacendados organizaban la producción en masa, mientras los puertorriqueños, en su mayoría carentes de un pedazo de tierra, proveían la mano de obra. De esta forma, la clase jornalera seguía aumentando y la estructura social promovía la perpetuidad del poder de los hacendados sobre el proletariado.

Industria del azúcar

Contrario al café, cuya siembra estaba al alcance de la pequeña empresa, la producción del azúcar requería una mayor inversión de capital, tierras y mano de obra. La esclavitud no salía barata; los esclavos más bien se convertían en una carga económica, pues luego de la zafra el hacendado tenía que seguir alimentándolos y vistiéndolos. Ello no permitía acumular el capital suficiente para invertirlo en nueva tecnología. Tras la abolición, el trabajo de los jornaleros llenó esa necesidad de mano de obra.

Para mediados de 1870, las exportaciones de azúcar siguieron aumentando,[3] pero como el mercado protegía a los productores locales de la competencia, la mayoría de las haciendas no realizó los cambios necesarios para alcanzar mayor eficiencia y competitividad. El bajo nivel de tecnología promovió la entrada de nuevos productores de azúcar, con lo que comenzó a saturarse el mercado local. Cuando en otros países se invirtió en la creación de centrales y métodos de extracción más costo-efectivos, los precios comenzaron a caer y los vendedores de la Isla perdieron ventaja en el mercado. Para completar el cuadro de crisis, en Europa se intensificó la producción de azúcar de remolacha que, al igual que el azúcar de caña procesada con alta tecnología, resultaba ser de mayor calidad que la producida en Puerto Rico. Por otro lado, Estados Unidos subió el arancel sobre la importación de azúcar para proteger a sus productores en el sur y España no redujo los aranceles para la importación de azúcar de la Isla.[4]

Algunos productores de azúcar en Puerto Rico pudieron modernizarse gracias a sus conexiones con naciones mercantiles que otorgaban crédito a sus compatriotas o a que poseían el capital necesario. En 1873, empezó a operar la primera central de azúcar, San Vicente de Vega Baja, aunque para la década de 1880 había quebrado. Para 1890, la Hacienda Mercedita había instalado maquinaria avanzada y estaba totalmente modernizada. Las Haciendas Montegrande y Las Claras en Arecibo, así como la Luisa en Maunabo, la Josefina en Río Piedras y la San Luis en Carolina se convirtieron en centrales. Muchas de estas centrales se fueron a la quiebra antes de finalizar el siglo.[5] El fracaso se debió en gran medida a que los cambios en la estructuración de la mano de obra, así como en la tecnología y la competencia del mercado se dieron de forma vertiginosa, por lo que la mayoría de los productores no pudieron atemperarse al capitalismo naciente. Esto repercutió negativamente en los jornaleros, pues el desempleo, sumado a la falta de tierra para cultivo de subsistencia, los llevó a condiciones aún más difíciles.

Comerciantes, artesanos y profesionales

El cuadro social del siglo XIX se completaba con los comerciantes, los artesanos y los profesionales. Los grandes comerciantes, peninsulares en su mayoría, dominaban a través del crédito y el poder de importación de mercancías a los más pequeños, los criollos. Los grandes comerciantes compraban cosechas para exportar y, a su vez, eran los prestamistas para los agricultores. De ahí que su posición sería la más ventajosa sobre las demás clases. Los artesanos operaban de forma independiente dentro del modelo de pequeña producción, aunque dependían del comercio para la venta de sus mercancías. La clase profesional, compuesta por doctores, maestros y abogados, gran parte de ellos descendientes de hacendados criollos desacomodados, constituía la base intelectual del país. Su posición era privilegiada e influían en la administración local, aunque los altos puestos eran reservados para peninsulares.[6]

En fin, la sociedad puertorriqueña se reestructuró para finales del siglo XIX, pero mantuvo entre sus características la desigualdad social y económica. El periodo se caracterizó mayormente por el nacimiento del capitalismo agrario y el eventual crecimiento del proletariado. Este modelo de desarrollo económico, diseñado sobre la ausencia de condiciones justas para el proletariado, inevitablemente promovería el despertar de los trabajadores hacia la lucha obrera.

Bibliografía

Cruz Monclova, Lidio. Historia de Puerto Rico, Siglo XIX. Río Piedras: Editorial Universitaria, 1970.

Dietz, James L. Historia económica de Puerto Rico. Río Piedras: Ediciones Huracán, 1989.

Notas

[1] James L. Dietz, Historia económica de Puerto Rico (Río Piedras: Ediciones Huracán, 1989), 81-82. El autor señala un aumento poblacional de entre 22% a más del 50% en ciertas áreas.

[2] Lidio Cruz Monclova, Historia de Puerto Rico, Siglo XIX (Río Piedras: Editorial Universitaria, 1970), vol. II, 528.

[3] Ibíd., vol. II, 528. La cosecha de azúcar en 1879 fue de 340,647,936 libras, un aumento de más de 173,000,000 libras sobre el año anterior.

[4] Dietz, Óp. Cit., 77-78. Ver también Cruz Monclova, Óp. Cit., vol. II, 566.

[5] Dietz, Óp. Cit., 78-79.

[6] Ibíd., 74-76.